domingo, 5 de abril de 2020

Una historia pequeña a propósito del coronavirus


Dicen que la historia la cuentan los vencedores pero hay historias que nadie cuenta porque el único que las conoce no puede contarla.
Rutencio (condenado ya desde la pila bautismal) hizo todo lo posible por pasar desapercibido. Lo intentó a lo largo de su vida. Vivía su vida al pairo de los dimes y diretes  y tampoco veía las noticias. Sin embargo, en los últimos días algo no iba como a él le parecía debían ir las cosas. En su deambular diario se tropezaba cada vez con menos gente. Y  había como un silencio sospechoso que lo inundaba todo. La gente no se comportaba como siempre.
En cambio cuando estaba en casa encerrado entre cuatro paredes mal puestas, oía periódicamente gritos y algaradas. Algún vecino se desgañitaba e incluso la música resultaba atronadora pero solo en algunos momentos y en zonas muy concretas. Las persianas bajadas no impedían la llegada de esta irrealidad que trastornaba su afán de soledad y aislamiento. Afortunadamente la ruidera acababa pronto y el silencio se instalaba de nuevo en su vida.   .
Rutencio  vivía solo. Sus padres, fallecidos de extrañas enfermedades le dejaron solo en aquel piso, el único  que había conocido. Era desde entonces un anacoreta, un ermitaño en esa pequeña cápsula.  La soledad no supuso un trauma mayor pues se autoabastecía con lo mínimo y sus padres tampoco le tuvieron gran miramiento mientras los tuvo a su lado. Si el afecto era escaso, medible, Rutencio  recibió durante su infancia y juventud las dosis justas para un tratamiento no doloroso de la desafección. Apenas los echó en falta cuando ambos desaparecieron de su vida.  Rutencio ha sobrepasado ya su expectativa de vida mas optimista. Vive al día, bueno al minuto y en sus recuerdos, escasos, no entran siquiera los lugares donde transcurrió aquella infancia, reseteada en su memoria por causas desconocidas.
Rutencio recorre diariamente andando un itinerario que de forma intuitiva le traslada de una punta a otra de la ciudad. Al igual que ciertos conductores puede hacerlo sin ser consciente del paisaje  que atraviesa o las gentes con que se cruza. Hace lo que tenga que hacer en el otro lado y regresa sobre sus pasos como si de Pulgarcito se tratara. En vez de migas de pan son los diferentes olores quienes le orientan en su recorrido de regreso a casa. Y así una y otra vez.
Por todo esto la llegada de este inquilino infeccioso no supuso para el ningún cambio especial en sus costumbres. La llegada de otra persona a su vida hubiera sin duda trastocado sobremanera su necesidad de soledad, ya adherida a sus costumbres como el viejo traje a su piel. Pero un virus...además su propio desdén lo haría recular o dar un rodeo...imposible que penetrara en esa coraza que el transcurrir del tiempo habían convertido su cuerpo y su forma de ser. Así que siguió con su vida mientras la pandemia abrazaba su entorno.
Pero hay razones que la razón ignora. A Rutencio  como a todo bicho viviente tenía que tocarle la china. Lo hizo de forma delicada como temiendo importunar. Fue su vecina  Consilia -no habrá dos nombres juntos como estos en los buzones de ningún portal así se recorra toda la península -  quien cierto día, necesitada también de un poco de conversación, decidió visitarlo con la excusa de regalarle una planta. Sabía que Rutencio no iba a calmar sus afanes pero, conformista como era, le bastaba con saber que estaba allí al lado. Sentados en un sofá desvencijado le contó lo que pasaba ahí fuera. Que si los chinos, que si el gobierno, que si el pico de la crisis...a  Rutencio  todo esto le venía al pairo, no porque quisiera desairar a su vecina sino porque su estado natural era el de permanecer en off y la visita le rompía el ritmo diario al que estaba acostumbrado.
Una vez recuperada su soledad en ningún momento imaginó que la tos y los dolores musculares sobrevenidos eran producto de aquella visita. Su cuerpo jamás le había traicionado así que no vio venir el agravamiento de la enfermedad. Pronto se encontró torpe y limitado. Le costaba más de la habitual desplazarse y el día se le hacía largo y opresivo  y mas pronto que tarde cayó en la cama como un majestuoso árbol desplomado por el corte de la motosierra. El agravamiento provocó su ausencia del trabajo lo que hizo que alguien diera la voz de alarma. Hasta su domicilio se acercó protección civil que ante la callada por respuesta confirmaron con Consilia  que el confinamiento de su vecino era algo natural. Vamos que tenía que estar en casa. Tras las dudas y los protocolos de rigor accedieron al piso. Un primer vistazo les dio idea de que aquel no iba a ser una visita rutinaria. Trincheras de ropa y bártulos supusieron un pequeño obstáculo fácilmente salvable. Y sí..allí detrás de toda la parafernalia encontraron a Rutencio…desvencijado con la mirada empequeñecida y hecho un saco de huesos. Lo peor era el hedor. Cuando los camilleros se lo llevaron apenas fueron capaces de arrebatarle de su huesuda mano, una fotografía que de manera instintiva el sujeto agarraba como si le fuera la vida en ello.. Estaba descolorida y rancia y tras algún forcejeo acabó hecha trizas entre los escombros de basura. Como si de una nueva Rosebud  se tratara..
Y así acaba esta historia. Sin final feliz…ni siquiera sin final, porque la muerte ya se sabe no es el final del camino. Y así era Rutencio. Nadie que pudiera considerarse un héroe ni siquiera a la vieja usanza.
Tampoco hay moraleja. La vida es así...ni moralejas ni héroes ni villanos...solo gente que trata de sobrevivir según Dios le da a entender...aunque algunos vivan y mueran sin entender muy bien lo que Dios les dice...tal vez porque lo hace susurrando, como para no molestar. Como Rutencio.

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